Cuando nuestro cuerpo necesita agua, experimentamos la sed. Cuando necesita alimento, apreciamos el hambre. Cuando nuestra mente demanda satisfacción, comodidad, sensaciones agradables y estabilidad, al no contentarla, padeceremos inquietud y sufrimiento. No importa lo que hagamos o consigamos. Ningún líquido acaba con la sed más allá de unas horas. Ningún alimento sacia nuestro apetito más allá de un día. Nada que provenga de ahí afuera, del mundo, nos satisface de forma permanente. Comprenderlo es ineludible si pretendemos establecer una relación dulce entre nuestra naturaleza y la del espacio que habitamos.
Hoy en día, una gran parte de las personas, desgraciadamente no todas, podemos saciar nuestra sed y apetito de forma fácil e inmediata. Ha funcionado. La incomodidad de esas sensaciones nos ha llevado a desarrollar enormes y complejos sistemas de abastecimiento. La inteligencia humana se ha mostrado eficaz en este sentido. Sin embargo, los sistemas sociales y culturales, la vida artificial que hemos creado para responder a nuestras demandas psicológicas, resultan confusos y contradictorios. Parecen ser efectivos en el corto plazo, pero a larga, son causa de problemas, conflictos e insatisfacción. El incremento exponencial del estrés, de la ansiedad y del consumo de ansiolíticos en la sociedad moderna es un dato bastante revelador en este sentido.
¿Por qué estamos aquí? ¿Qué somos realmente? El ser humano ignora su naturaleza. Perdidos en el desierto, sedientos, hambrientos, inquietos por la necesidad de paz y alegría, hemos decidido avanzar en busca de un oasis. ¿Qué dirección seguiremos? ¿Cómo nos orientaremos? El intelecto humano aparenta ser una herramienta increíble en este sentido. Pronto aprenderá a guiarse por la luna, por las estrellas, por las señales del terreno. No exento de esfuerzo, inquietud y padecimientos, encontrará un pequeño oasis. En él, calmará su apetito y sed. Pero a largo plazo, descubrirá que satisfacer sus necesidades no es suficiente. La naturaleza evolutiva de su mente pronto lo invitará a explorar más allá. Se preguntará: «¿Esto es todo? ¿Existirá un oasis más grande y mejor?» El aburrimiento y la insatisfacción lo empujarán de nuevo al desierto. Sin darse cuenta, está destinado a vagar por él sin hallar el lugar que le ofrezca la plenitud que anhela.
El intelecto humano se ha mostrado como una herramienta tremendamente hábil para la supervivencia y el desarrollo tecnológico. Su capacidad para investigar el espacio que nos rodea es extraordinaria. Siglo tras siglo, hemos avanzado cada vez más rápido en la comprensión de los elementos que componen el mundo físico. Incluso hemos aprendido a manipularlos a nuestro favor. Entonces, ¿por qué la mente resulta tan poco fértil para evolucionar en el amor, en la compasión; en el disfrute respetuoso del hábitat que nos permite la vida; en acabar con el hambre, las guerras y las injusticias; en establecerse en una vida pacifica, armoniosa y repleta de plenitud, disfrute y gozo?
Cuando honestamente descendemos a las ciénagas de esta sociedad y nos acercamos a cada hogar donde golpea la infelicidad y el sufrimiento, en ocasiones de forma desgarradora, se vuelve posible alcanzar claridad en la respuesta. La mente humana y lo mundano aparentan no haberse desarrollado para establecerse en una relación equilibrada que permita una paz y plenitud duradera. La experiencia dolorosa que conlleva tal desarmonía, descubre una señal que nos empuja a relacionarnos con el mundo de una forma distinta. O tal vez a buscar felicidad en otro lugar.

Observa un olivo. Detente en su raíz, en su tronco, en sus ramas, en sus hojas. Cada una de sus partes cumple una precisa función. No hay error. Completamente conectado con su entorno, cuando las señales ambientales lo indican, normalmente entre finales de abril y primeros de mayo, comenzará a florecer. A continuación, cuando la flor está lista, el polen inundará el ambiente para fecundarla. Pronto, los pétalos comenzarán a caerse dando paso un fruto verde: la aceituna. El sol le ayudará a madurarlo. Finalmente, cuando el fruto ha madurado, el árbol volverá a sumergirse en su reposo invernal. Este es el resultado de milenios de evolución. ¡Qué minuciosa perfección! Sin embargo, el olivo no podría engendrar aceitunas en invierno. Tampoco manzanas. Por lo tanto, si millones de años no han sido suficientes para que la mente humana se haya establecido en un entorno pacífico, armonioso y alegre, es que esta extraordinaria herramienta es ineficaz en ese sentido. Es decir, la mente no funciona como un instrumento para crear paz ni felicidad. Tal vez por ello los grandes maestros de nuestra historia han apuntado siempre más allá del intelecto, de la filosofía, de lo mundano, de lo físico, de lo material, señalando siempre hacia nuestro interior, hacia nuestra esencia, hacia nuestra naturaleza más espiritual.
2 comentarios en “La búsqueda de una felicidad duradera”
Me encanta.
Estoy releyendo <>. Llegó a mí por causalidad.
¿Cómo puedo seguir el blog a diario?
Hola Juan Carlos, muchas gracias por el comentario 🙂
Te mando correo para explicarte.
Un saludo.